miércoles, 30 de enero de 2013

Estofado de ternera


Esta semana va de básicos. Ya sabéis que el domingo por la tarde estuvimos un buen rato caramelizando cebolla. Lo que no os dijimos el lunes es que a la vez estuvimos haciendo un estofado de ternera, de los de toda la vida. Barato y sencillo a la par que sabroso. Un poco brutote pero con un buen fondo que lo hace irresistible. Y fácil de guardar y tuppear para la semana. Con una única cosa a tener en cuenta: si queréis congelarlo es mejor que lo hagáis sin la patata, que no descongela muy bien, y se la añadáis en el momento de comer. Una actividad, en suma, de lo más productiva para un domingo por la tarde.

Los estofados tienen algo especial que no sabría explicar qué es, pero me resultan especialmente reconstituyentes, con su toque carnívoro y su salsa oscura y caliente que, tomada a cucharadas, es capaz de resucitar a un muerto y levantar el ánimo al más alicaído. Como diría Lance Armstrong, más efectivo que una autotransfusión, y no aparece en los controles de dopaje. Si queréis multiplicar sus efectos antidepresivos,  aprovechad para finiquitar la botellita de tinto que habréis empezado para prepararlo. Porque siempre será mejor utilizar un vino de buena cuna. No digo que os gastéis el sueldo de la semana en un vino para cocinar, pero quien pueda que no tire de brick, no me seáis cutrongos. Por lo demás, hemos utilizado cebollitas y patatas mini, pero este toque de delicadeza es optativo e incluso totalmente innecesario. Y de todas formas, como se ve en la foto, se hincharon bastante y perdieron su poder pintinterista, así que ya véis, un estofado es un estofado y hará todo lo que pueda por recordároslo. Lo mejor es dejarle hacer.

lunes, 28 de enero de 2013

Cebolla caramelizada ortodoxa




Hubo un tiempo en el que para ver una película de Terrence Malick había que esperar años. Entre el estreno de Días del cielo  y el de La delgada línea roja pasaron, por ejemplo, veinte. Una larga y tediosa espera. Aunque algunos de sus seguidores dirán que ahora que está haciendo películas como churros le salen exactamente eso, churros. No seré yo quien reniegue aquí de el árbol de la vida, que me fascina y molesta casi a partes iguales, pero según parece su último proyecto fue recibido con todo menos agrado en el pasado festival de Venecia. No, amigos, no es que me haya confundido de blog, aunque no parezca descabellado tratándose de un lunes a primera hora. Ya sé que este es el de cocina y no el de cine, pero lo que quería era poner un ejemplo de que la paciencia es una gran virtud, queridos lectores, tanto si eres un fan de Malick como si eres un caramelizador de cebollas ortodoxo.

Y no decimos ortodoxo porque seas seguidor de sacerdotes de largas barbas en Grecia, ni porque odies a Pussy Riot en Rusia, o vivas recluido en el mismísimo monte Athos, sino porque esta receta de hoy es la forma más pura de caramelizar cebolla, sin añadidos ni aderezos, todo hecho a base de paciencia y los propios azúcares que la cebolla contiene en si misma. La receta está basada en esta del blog Lazy Blog, que es aún más purista porque no le añade ni nuestro poquito de sal final. La otra diferencia es que allí dicen 30 min y yo necesité casi una hora. Pero vale la pena el tiempo invertido, aunque de una gran cantidad de materia prima consigamos unos gramos de esta auténtica golosina, que se puede utilizar en multitud de preparaciones. Otro día haremos una versión más rápida que también tiene su punto, pero hoy toca la versión purista. Sin azúcar añadido. Ortodoxa.



viernes, 25 de enero de 2013

Tarta de manzana




Hoy vamos a empezar con el enunciado de una verdad de perogrullo: La tarta de manzana es una tarta de manzana. Esta obviedad no es tan evidente como parece, pues por el mundo te encuentras de todo. Hay que recordar que no es una tarta de galleta, ni de natillas, ni de gelatina. No, amiguitos, es una tarta de manzana, y como tal es esta fruta la que tiene (o debería tener) todo el protagonismo. La base es justo del grosor necesario para que se pueda transportar de la fuente al plato. La natilla tiene el espesor justo para que las manzanas descansen y no se muevan. Por encima no lleva ningún engendro gelatínico, sino unas gotas de su propio almíbar, lo justo para que no se seque demasiado. Y ya está. Pues esto tan fácil me ha costado a mi un montón de intentos infructuosos en casa. Todo porque mi molde desmontable es demasiado alto y me empeñaba en llenarlo hasta arriba. La tarta, por supuesto, y como saben los que han tenido el dudoso honor de probarla, estaba cruda. La solución no era más tiempo de horno, ni masa más seca, ni manzanas cortadas más finamente. Era tan sencilla como hacerla de menor grosor. Hay que ser cenutrio. 

Y eso que llevo viendo esta tarta desde que era pequeño. Su origen en mi casa, anterior a mi llegada al mundo, allá por los primeros setenta, tiene tintes de relevo generacional, casi con un punto de rebeldía. Era la respuesta a la férrea disciplina de las abuelas enlutadas de pañuelo en la cabeza (con sus espartanas tortas de almendra), por parte de unas muchachas minifalderas que iban en seiscientos (y que impactaban a las amistades con cosas como esta en las reuniones del Tupperware). Cosas de la vida, ahora la modernez de esta tarta se nos antoja un poco anticuada, con su flan de sobre y su margarina. Al menos por lo que a mi respecta,  vuelvo la mirada hacia los orígenes y no cambiaba una buena torta de almendra por ningún otro dulce. Será que los tiempos vienen tristones, oscuros y austeros; y será por eso que de alguna manera nos identificamos con cierta iconografía de posguerra. Pero eso no quita para que esta tarta de manzana sea una auténtica maravilla. Porque está buenísima, qué narices. Para triunfar con ella basta con  prestar un poco de atención a la variedad de manzana para que no sean  muy ácidas. Y que sea fina, claro ¿Veis que fácil?

miércoles, 23 de enero de 2013

Pollo expres a la cerveza



El pollo a la cerveza es una de esas recetas básicas y clásicas que hay en todas las casas. Muy de diario. La nuestra, la que yo he heredado, va en olla expres, que es un invento estupendo. Lo que hace la olla expres, básicamente, es reducir los tiempos, y eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El poderío de un guiso chupchupeando durante horas a fuego lento es difícilmente imitable, pero a cambio esta olla no deja escapar ninguna esencia y al abrirla es un auténtico espectáculo respirar los vapores que se han concentrado a lo largo de la cocción. Y por no decir nada del plus de emoción, ya que una vez cierras la olla, la suerte está echada y hasta que no transcurre el tiempo fijado no hay manera de saber si ha salido o no. Por eso en la olla expres el mejor consejo que cualquiera puede daros es que es mejor quedarse corto con los tiempos, cosa que deja cierto margen de maniobra, que pasarse, cosa que puede convertir nuestro guiso en una plasta incomible, o en el peor de los casos, carbonizarlo por la base y que sepa a mina de lápiz, no sé si me entendéis.

La receta en sí es muy fácil: Muslos de pollo, cebolla, cerveza. Todo lo demás son variaciones, y casi cualquiera es bienvenida. Le van muy bien el estragón y la manzana, por ejemplo, pero casi cualquier verdura que pulule por vuestra nevera es aplicable. Como decía Madonna, y ojo al chiste malo no, malísimo: exprés-yourself . La variante que presentamos hoy viene con champiñones y está ilustrada con unas pasas rehidratadas en vino dulce. Tal como apreciaréis en la imagen que abre este post, yo pelo los muslos, como se ha hecho desde siempre en casa de mis padres. Igual pensáis que esto convierte la receta en comida de hospital, pero a mi juicio le da una sutileza muy interesante. La hace más ligera, vamos.

Y no quiero irme sin haceros notar que hoy es la primera vez que aparece la ñora seca molida mezclada con sal (en adelante, la llamaremos sólo "ñora") en nuestro blog. Un ingrediente que es uno de los aderezos más presentes en toda cocina alicantina que se precie.Los que no la conozcan, tienen más información aquí.


lunes, 21 de enero de 2013

Coliflor al horno


Ayer hice una especie de encuesta (de fiabilidad estadística cero) aprovechando ese invento que es el chat del Whatsapp. De entre los amigos que estaban disponibles un domingo a mediodía, fueron muchos los que renegaron de la coliflor y si los sumamos a los que dijeron que a ellos ni fu ni fa, los detractores de esta verdura que hoy presentamos fueron mayoría. También apareció alguna fan incondicional, pero no fue ni mucho menos una tendencia representativa. Esto ilustra, además de que los blogueros hacemos cosas muy raras los domingos, las pocas simpatías que despierta nuestra protagonista de hoy.

Una fama inmerecida, eso sí. Por lo que a mi respecta, no es más indigesta, ni da más gases (con perdón) ni huele peor que otros alimentos con mejor fama. Es versátil y su peculiar sabor tiene mucha gracia, si se la sabes encontrar. Sana y hermosa, con esa blanca palidez que parece que le vaya a cantar Anny Lennox, con esos ramitos en forma de árbol africano o de nube de primavera. Casi que me pongo tontorrón con ella, pero es que le coges cariño. Así que hoy toca reivindicar la coliflor. Nosotros la ponemos al horno, en una preparación parecida a la clásica con bechamel, aunque en este caso la crema prescinde de la harina. Por no pasarnos aligerando, no sea que nos llamen sanos o algo peor, le añadimos unas tiras de bacon y unos huevos. La receta original es de directo al paladar, pero yo le he reducido la cantidad de leche. Resultado: más que una salsa cremosa para mojar, que era lo que esperaba, me quedó cuajada, casi como una tortilla o un relleno para quiche. Una equivocación que dio pie a un hallazgo porque el resultado estaba buenísimo. Sólo que igual hay que cambiarle el nombre a la receta.


viernes, 18 de enero de 2013

Sopa de naranja y jengibre con bizcocho


El postre de esta semana viene motivado por una circunstancia práctica y por otra de orden nostálgico. La primera es que estamos en plena temporada de naranjas y es fácil que nos encontremos con una buena cantidad de las mismas en casa a las que tengamos que dar salida. Pero lo verdaderamente importante es la razón de orden nostálgico. Me vinieron al pensamiento el otro día aquellas tardes de invierno infantiles cuando metía galletas a trozos o trozos de bizcocho (e incluso, en su versión más simple, pedazos de pan) en un vaso de leche y los machacaba hasta formar una pasta deliciosa de sabor, aunque no de aspecto. Mientras tanto, en la TV sonaba Debussy porque empezaba Planeta Imaginario. Esta especie de reminiscencia a lo cuéntame hizo que me entrara la nostalgia y me apeteciera volver a probarlo. Algo no muy adecuado, confieso, para estos tiempos de penitencia postnavideña.

Pero claro, me dije, antes muerta que sencilla, así que será mejor añadirle algo exótico a la leche y servirla en plato. Así quedaremos de modernos e innovadores  poniendo de postre una sopa. Por suerte se cruzó en mi camino esta receta de Gastronomia & Cia, que adapté a mi manera, quitándole leche y añadiéndole naranja, eliminando la maizena y sustituyendo el jengibre fresco por molido de bote de especias, que es el que tenía a mano. Poco más o menos lo que en OT llaman "hacer tuya una canción". La combinación naranja-jengibre es espectacular, delicada y potente a la vez, pero por muy sabrosa que nos quede, el verdadero momentazo de este hallazgo de plato es el de desmenuzar el bizcocho y dejarlo que se empape en el aromático y cremoso líquido, para comérnoslo a grandes cucharadas con la misma delectación de nuestros once años, como si no hubiera un mañana. Según a quien se lo pongas, puede que hasta le hagas llorar, como a Anton Ego un buen plato de Ratatouille. Un éxito garantizado.
 

miércoles, 16 de enero de 2013

Hamburguesa de salmón


Hoy toca un poco de sociología de andar por casa: En el mundo de la comida, como en todos los campos que tienen que ver de una manera u otra con el ocio y el placer, entran en juego las modas. De vez en cuando nos da a todos por lo mismo y un artículo triunfa hasta que se convierte en algo delirante, y cuando alcanza su apogeo, se generaliza, se vuelve rápidamente una horterada y muere o es relegado a la espera de un cambio de ciclo que lo revitalice. Ahora estamos viviendo esta fiebre con el gin tonic, un combinado ex-anticuado en torno al cual hay una auténtica locura (o como decimos por aquí, mucha tontería). Aquí podéis ver una versión humorística del tema.

¿Y todo esto a qué viene? Pues viene a que el otro día alguien me dijo: "la hamburguesa es el nuevo gin tonic". Y se quedó tan ancho. Según este gurú pronto empezaremos a ver, o estamos ya viendo, extensas cartas con variedades raras de carnes picadas, pescados picados y vegetales, como no, picados; acompañados de aderezos imposibles y panes refinados por todas partes. Y precios astronómicos, seguramente. Los primeros síntomas ya están aquí. Las minihamburguesas proliferan en los bares de tapas con pretensiones. Hay ejemplos muy dignos, pero otras veces te quedas con cara de tonto pagando lo que vale un bigmac (o dos, según local) por un pegote mucho más pequeño de carne picada sin gracia ninguna.

El caso es que una moda es una moda, y a mi me dices esto se lleva y allá que me voy. Hoy, pues, hamburguesa "modernuqui" en El Tio Pep. “Modernuqui” digo yo, porque la receta data de 2009, y está tomada de todo un clásico, el blog Mercado Calabajío, de Carlos Dube, que es un referente total por lo tremendamente didáctico que es. En este caso, yo cambié un poco los ingredientes. Le puse salsa de soja porque quería dejarla un poco cruda  por dentro y darle un aire japo. Queda genial, y podéis acompañarla de lo que os parezca. Y ojo al truco final que da Carlos en su blog. No os lo voy a decir, tendréis que leerlo allí directamente, pero sólo os diré que es infalible, por raro que suene.


lunes, 14 de enero de 2013

Croquetas de calabacín

Definitivamente tengo que aprender a hacer mejor la compra. El otro día leí que lo que diferencia a un cocinero de verdad de uno de chichinabo (entre los que me incluyo) es que el primero cocina en función de lo que compra y no al contrario. Esta especie de mea culpa viene principalmente porque durante estas fiestas compré calabacines, casi en las antípodas de su temporada, ya que es una verdura veraniega cuyo apogeo se da en las últimas semanas de agosto. La verdad es que los vi tan verdes y tan brillantes, con una forma tan perfecta (sin connotaciones freudianas, no seáis suspicaces) que los compré sin pensar que podían ser puro plástico. Un poco de eso debía haber porque al final no los utilicé para la comida de ese sábado y duraron un montón en la nevera esperando su oportunidad. Espero que me lo perdonéis como un error de novato.

El caso es que finalmente su oportunidad les llegó a los calabacines en forma de croqueta. Estábamos comentando mi señora madre y yo la vieja costumbre de hacer croquetas con las sobras del cocido de Navidad y nos dimos cuenta de que llevábamos sin comernos una croqueta hecha en casa desde la última vez que consultamos el teletexto, poco más o menos. Algo debió despertar esa conversación, porque mi madre (mucho más sabia y mejor cocinera que yo) hizo unas fabulosas croquetas de bacalao y yo rebusqué en la nevera y en la red para estrenarme en el mundo croquetil, y de nuevo aquellos viejos calabacínes plastificados se cruzaron en mi vida.

La receta es, básicamente, la del blog Las recetas de Fófo, aunque yo le reduje la cantidad de leche y harina para que quedaran menos contundentes y se notara más el calabacín. También cambié la mantequilla por aceite. Los cambios resultaron bastante acertados. Y el resultado bastante digno, muy suave y de textura cremosa. También le añadí un poco de sésamo y unas pipas peladas al pan rallado del rebozado, pero lo hice con tanta moderación y me quedé tan corto que apenas se notaban y los he eliminado de la receta publicada. Pero es una buena idea para el futuro.


viernes, 11 de enero de 2013

Club de lectura: The Hummingbirgd Bakery cookbook


Esta entrada de hoy, que va un poco de quedar guay, más que de empezar una sección donde hablaremos de libros, debería empezar diciendo "la última vez que estuve en Londres...", pero como en realidad fue la primera y hasta la fecha única vez que he estado en la capital del Reino Unido, esto me crea un pequeño dilema moral entre mi parte guayona y mi parte de hombre sencillo y sincero (de donde crece la palma). Un dilema muy fácil de dilucidar, no os penséis. Hecha esta aclaración, vamos allá:

La última vez que estuve en Londres, me encontré caminando por Notting Hill una pequeña librería llamada Books for Cooks que, como su nombre indica, es un establecimiento dedicado en exclusiva a los libros de cocina de toda clase y condición. Un sitio lleno del encanto ya un poco tópico del barrio, con un pequeño patio al final, de paredes de ladrillo, donde se pueden degustar, en no más de cuatro mesas y una minibarra, algunas de las delicias contenidas en los libros puestos a la venta. Todo muy London, vamos. Como en una espiral de lo cuco y de lo mono, como en un apoteósico juego de muñecas Rusas chyc, encontramos: dentro de Londres, el barrio; dentro de este, la librería; dentro de ella, un libro con las recetas de pasteles cuidadosamente presentados y fotografiados de una pastelería llamada The Hummingbird bakery, especializada en repostería americana de la de verdad, y que ahora ya tiene, según su web, al menos seis establecimientos en la ciudad. Y para acabar de rematarlo, dentro del libro, o más bien en la portada, una recomendación de la mismísima Gwyneth Paltrow (que dice que va a The Hummimbird a comprar pasteles para las ocasiones especiales, ¿no es para comérsela?) 

Y aunque toda esa conjunción parece llevarnos indefectiblemente a la muerte por cursilería, resulta que te conquista. Porque todo eso que, pongamos por caso, en Alicante sería un horror de afectación e impostura, en Londres como que queda bien, no sé si me entendéis. Será que uno va predispuesto, o será que de verdad allí sí saben hacer estas cosas. El caso es que, remitiéndonos al libro, las fotos son preciosas y muy cuidadas, pero de alguna manera todo mantiene cierto aire casero y artesanal, casual y espontáneo que unido a la ausencia de escultóricas decoraciones de fondant resulta muy de agradecer. Hay que decir que las recetas están muy bien adaptadas a los utensilios domésticos no industriales,  aunque es posible que tengáis que adaptar un poco los tiempos de cocción. Yo he hecho algunas con muy buenos resultados, y tiene una sección de barritas de cereales que tienen una pinta buenísima y con las que voy a experimentar pronto. Lo normal es que a las recetas americanas haya que rebajarles la carga de azúcar, pero estas ya están bastante "europeizadas" y no quedan demasiado empalagosas. Total, es bastante recomendable. Y además, acaba de salir la versión española del libro, que ya podéis encontrar en vuestra librería de confianza, o en cualquiera de las de internet.

Lo que sí me quedó pendiente fue una visita a alguna sede de The Hummingbird Bakery, pero eso lo dejaremos para la segunda, quiero decir la próxima, vez que visite Londres.

 

miércoles, 9 de enero de 2013

Alcachofas estofadas

Creo que fue a principios de este siglo cuando esa hija de folklórica con nombre de emperador japonés, Roci-ito, prestó su imagen (misterios del marketing) y puso de moda la dieta de la alcachofa. Por mucho daño que esto haya podido hacer, la alcachofa no deja de ser una maravillosa verdura que esconde, tras un exterior duro y de aspecto rudo y brutote, un corazón maravilloso y lleno de propiedades positivas, suave y tierno. Pero cuesta un montón llegar a él, hay que trabajársela mucho a la alcachofa. Eso sí, si lo lográis, esta especie de Mr. Grey de las verduras os dará muchas satisfacciones en cualquiera de sus formas. Crudas, fritas, a la plancha, o como hoy, estofadas lentamente.

Sí, amiguitos, he dicho estofadas. No hace falta carne para hacer un estofado. Estofar es, dicho en pocas palabras, cocer algo a fuego lento, tapado y con poco líquido, para recoger bien los aromas y que los ingredientes mezclen sus sabores y a la vez no pierdan su esencia. Pura magia, vamos. Y en este caso, una vez limpias las alcachofas, es más fácil que leerse los libros de E. L. James. Además, lo de las propiedades para quitarnos de encima lo que quede de empacho navideño están más que contrastadas. No hay excusa para ponerse ya mismo a ello.

(Mientras escribía esto, me he encontrado esto otro compartido por una amiga en facebook. Así que ya véis que es tendencia ponerse a estofar verduras. Lo que yo os decía)

lunes, 7 de enero de 2013

Ensalada cítrica de desintoxicación


Aunque todos los años me propongo ser comedido con el comer y el beber de estos últimos quince días, siempre acabo saltándome estos buenos propósitos y llego al último bocado de roscón de reyes con una sensación de estar intoxicado de grasas, glucosa y alcohol. Así que me resulta imposible imaginar una cena más adecuada para el día siete de enero que una ensalada. Ha desintoxicarse tocan.

La prota de nuestra ensalada de hoy es la naranja. Una fruta de aires tropicales que sin embargo está en pleno apogeo en los meses más fríos. De hecho, si vivís por aquí cerca es posible que tengáis la inmensa suerte de experimentar el placer de comer una naranja recién cogida del árbol. Quien más quien menos tiene un naranjo cerca o algún bienintencionado dueño de un naranjo que te regale, como me ha pasado a mi, unos cuantos kilos. Un chute de vitaminas, un tratamiento antióxido y una defensa contra los resfriados en una misma tanda. Nosotros la colocamos sobre escarola, nuestra lechuga de invierno preferida, y le ponemos unos gajos de pomelo rosa, del que podéis prescindir si no sois muy aficionados a su toque amargo. Y para rematar, un puñadito de pasas y pistachos. Sí, ya sé que he dicho que íbamos en plan desintoxicador y ligerísimo, pero no vamos a dejárnoslo todo de golpe o no soportaremos el mono. Tampoco pasa nada por cuatro pistachos,  no me seáis talibanes.